En septiembre de 1973 el fotoperiodista holandés Koen Wessing registró el Estadio Nacional como campo de prisioneros y las calles sitiadas de Santiago. Las fotos se exhiben por primera vez en Chile junto a otras tomadas en Nicaragua en 1978 y en El Salvador en 1980. 

Apenas se enteró del golpe de Estado en Chile en 1973, un fotógrafo holandés de 31 años llamado Koen Wessing consiguió un boleto de avión a Santiago y averiguó lo que pudo del país con conocidos que habían viajado como periodistas o para participar de la Unctad III en 1972, es decir, que habían estado en el edificio que hoy acoge estas imágenes indelebles de la memoria colectiva. Son retratos de un Santiago fantasmal y herido: fueron captadas en el Estadio Nacional y en las calles durante los primeros días del Estado de Sitio. Wessing pudo deambular sin ser detenido por una razón simple: se afeitó, se cortó el pelo y se puso un terno gris que le prestó su cuñado. Tomó las fotos con una pequeña Leica y no abrió la boca: además de ser hombre de pocas palabras, no sabía castellano. Pasó desapercibido incluso en el Estadio Nacional y hasta logró convidarle cigarros a algunos detenidos. Luego se aseguró de que no le quitaran los negativos y los envió a Holanda con una azafata amiga; apenas volvió a Amsterdam imprimió treinta fotos en papel barato y con corchetes armó el librito Chili, September 1973, que apareció en octubre y se volvió un ensayo visual clásico para la fotografía contemporánea, además de uno de los testimonios más fuertes de la represión en Chile.  

Estas fotos se exhiben por primera vez en el país junto a otras imágenes recuperadas de los negativos originales, además de un documental en el que Wessing conversa con el cineasta holandés Kees Hin sobre su vida como fotógrafo: recorrió el mundo con espíritu aventurero e intuitivo, y con fe en que mostrar la opresión y el abuso de poder es una vía para el cambio social. Se incluyen sus célebres tomas de la insurrección sandinista en Nicaragua contra Somoza en 1978  y de la masacre posterior al funeral del Arzobispo Romero en El Salvador, en 1980. La honestidad y despojo de estas imágenes, que expresan al mismo tiempo horror y dignidad, ofrecen un impacto de verdad “en pleno rostro”, como escribió a propósito de su obra el crítico francés Roland Barthes en el libro canónico La cámara lúcida

Curatoría y diseño: Jeroen de Vries
Asistente de curatoría: Frank Ortmanns (Paradox)
Producción: Frank Ortmanns y GAM
Sonido: Wart Wamsteker
Montaje: Frank Ortmanns, Thomas Vroege y Susanne Schanz
Producción cinematográfica y entrevista: Kees Hin y Jeroen de Vries
Traducción: Erik Pezarro 

Apoyo y financiación

Esta exposición ha sido posible gracias al apoyo de Mondriaan Foundation, Fonds BKVB, Hollandse Hoogte, Stichting Sem Presser Archief, Embajada de los Países Bajos en Santiago de Chile, Universidad Diego Portales      

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